Sobre los últimos días de una cruenta guerra. (Tercera parte. En la que empieza la violencia y se parten caras.)

Creo que me puse muy melosón en la anterior entrega y va siendo hora de contar lo bueno, las broncas, las borracheras y los amaneceres bañados en sangre. De verdad, me gustaría que fuera así pero no hay mucho que decir. Una bronca siempre es una bronca. Da igual a quien le lances un derechazo a la cara o le muelas las costillas, siempre serán dos tipos muy cabreados haciendo algo estúpido a causa de un absurdo. Las razones de las broncas, pensaréis, son lo que marcan la diferencia entre una buena pelea  y un duelo de gatitos pero eso es cuestión de huevos que de razones. Puedes partirle la cabeza a un tipo por comportarse como un gilipollas en la cola del banco y dejarle en la acera con la cabeza abierta pintando de color seso y sangre el asfalto o puedes, y esto es más común, no tener más que palabras con el cabrón que te ha traicionado. Y la razón detrás de eso es simple, es mas fácil desatar tu rabia con un desconocido al que no te une nada y al que eres incapaz de imaginar madrugando para dar de comer a una familia que hacerlo con ese gilipollas infame que ha estado a tu lado durante un puñado de años. Así es, aunque seamos unos monos hijos de puta siempre nos podrá el corazón.

Esta foto tiene sorpresa

Era septiembre, la muerte de un verano de cambios. Me puse una camisa azul, unos vaqueros, me peiné y me miré al espejo viendo el reflejo de los tiempos en los que mami me vestía para ir a clase. Era absurdo pero no hubiera podido ser de otro modo. Me habían admitido en esa prestigiosa academia de mierda donde los niños eran ricos, buenos y aplicados y exigían que me mostrara como un niño rico, bueno y educado. Nada mejor que una camisa azul, unos vaqueros, unas deportivas anodinas y el pecho perfumado. Pero no sirvió para una mierda. Siempre he sido un niño en mi interior, un niño de metro noventa aficionado al whisky, la cerveza y las mujeres; y eso ha echo que muchas veces pesaran más mis imágenes mentales que la propia realidad. Y allí estaba yo, cigarro en la boca, nubes de humo, el sol brillando en mi tez ligeramente bronceada, imaginando a una clase plagada de niños pijos repeinados. Pero no fue así. Parece ser que esos niños tan dulces que me pintaron en la entrevista no eran más que un grupo de fascistas absurdos que pregonaban el viva España, viva el «fúrgol» (si, el fúrgol), el «Jail» Hitler y el viva Franco como si fuera alguna clase de mantra cósmico. Eso, unido a los clásicos añadidos del fachilla de medio pelo (Véase el odio interracial, la xenofobia, el rechazo de otros pensamientos políticos y su metódico comportamiento social.) , hacían de ese puto antro un jodido agujero del mal. Allí iban a estallar cohetes y se supo desde el primer día. Creo que fue Sun Tzu el que dijo que los buenos guerreros hacen que los adversarios vengan a ellos, y de ningún modo se dejan atraer fuera de su fortaleza. Y eso hice. En un vistazo pude encontrar mi punto de partida, un chavalín solitario de entracejo frondoso e  hipnótico que parecía alejarse de la masa. Me junté a él y pasé desapercibido durante todo el año. Eran más, más grandes, más fuertes y más estúpidos y eso, señores, era lo peor. A una persona inteligente le puedes convencer de tu postura pero a un estúpido tienes que enseñarle a comprender. Eso es como pedirle  a un  puma salvaje  que pase por un aro de fuego.

Un puto año, un jodido, largo e intenso puto año. Conocí gente (La niña troll fascista amante de las pollas, el pijo facha que quería follarse al troll, la loca solitaria enganchada al wassap, el costra que salió escopetado para no volver, la pija undergroun moderna de mierda que se  folló al costra, y el hipster prepotente que quería follarse a la underground pregonando que follaba mucho y muy bien con otros entes de su especie), gente especial, no porque me importaran sino porque… Bueno, da igual, creo que se ha entendido. También conocí a los profesores, uno que me prometió ayudarme a publicar mi novela (Al final ni novela ni publicación), otro era un humorista venido a menos que daba clases de historia (en quien no me voy a para mucho ya que quiero dedicarle un espacio en un futuro solo a él), una profesora de inglés  redonda y avenjentada que apestaba a tabaco, una profe de matemáticas rubia y escuchimizada con un tatuaje al final de la espalda ( ^^ If you know wht i meant… ) y todos los demás que continuaron durante el año siguiente. Saqué notas decentes, las pasé putas con las entregas de trabajos, y al final logré sacar adelante el año.

Por añadir algo más, creo que el costra salió de allí porque le había hundido el puño en el diafragma a uno de los pijos estilosos pero eso no me quedó muy claro. Conocí a otras personas en los últimos meses de clase. Un vasco con un apellido impronunciable, una  rubia provocativa con la que me encabroné por un trabajo, una rapera bajita poco atractiva que me metió en un embolao tiempo después y un par de fumetas a los que no he vuelto a ver desde entonces.

Creo que fue en ese año en el que me desligue del grupo con el que salía (El chico del gimnasio al que le robé a mi musa, un chaval fuertote y bien acomodado que tenía una relación llena de altibajos con una rubia desde hacia años y un tipo gordo con sueños de Dj y Drum & Bass). Fue por el gordo, siempre es por el gordo. Si conoces a un tipo gordo no te fíes, tratara de comerte cuando menos te lo esperes. Salía con mujeres gordas y salidas (Una trató de violarme en un baño y fue terrible.), con hambre de carne y de hombre. Horrores lípidos sedientos de amor. Pero ni su peso ni sus venos eran problema, no. El mayor problema de un gordo, y de cualquier persona, es cuando su ego llega a pesar más que él. En una persona normal eso puede sobrellevarse pero en un gordo… Mala cosa. Llevamos a cabo proyectos muy interesantes juntos, nos emborrachabamos los viernes por la tarde, y los domingos echábamos la tarde jugando al Call of Duty. Pero le pudo el ego. Me toco los huevos muchas veces y las pase por alto. Era un tipo desagradable pero en cierto modo le quería. Era un amigo. Pero un día me toco los huevo diciendo algo que no puedo recordar. Algo de una zorra, tu zorra decía. Mucha mierda. Se me fue el puño. Quería con locura a ese tipo pero disparó mi puño. A partir de  ahí sangre, mierda y humo. Le quería, coño, pero no podía soportar su ego. Quería ver a su ego con la cabeza abierta en la acera pintando de sesos y sangre el asfalto. No podía imaginar a su ego trabajando para dar de comer a una familia. No podía y eso disparó mi puño.

Nos dejamos de  hablar y yo me fui por mi lado. La maldición del escritor tal vez. Esa que hace que los que escribimos acabemos jodidos, solos, borrachos y locos. La borrachera y la locura se pueden sobrellevar, son divertidas si sabes sobrellevarlas pero lo de la soledad… Eso es otra historia. Es como estar borracho y pasar frío, que el frío cale  en tus huesos y que no tengas como entrar en calor. La locura, en cambio, es más amable. La masa tiene la televisión para acercarse al absurdo de la realidad pero los locos están ahí, en el vasto absurdo, las 24 horas, sin descanso. Eso no debe de estar del todo mal mientras las cosas no se vayan de madre y empieces a ver demonios  y cuervos parlantes (Nevermore! ). Perdí cosas en esa guerra, cosas  que nunca podré recuperar, y rompí otras que nunca podré arreglar pero me quedaba alguien a mi lado que, a pesar de las tormentas, tenía ganas de pelear.

Bueno, me voy. Esto se me ha escapado de nuevo y estoy pasando del límite. Dentro de  poco, más. Ah, sí , se me olvidaba, pararos a leer el comentario de abajo. Ese es para vosotros. Me despido hasta la próxima.

 

Sobre despedidas y amaneceres.

Mierda

Por toda la habitación se expandía el aroma intenso y vívido del sexo mezclándose con el humo rancio de un cigarro olvidado. Ella se aferraba a mí, rogándome una propina que mi cuerpo no podía permitirse. Quería que la quisieran, ser única y eterna formando parte del aliento, la mente y el corazón del hombre que la había llevado al cielo repetidas veces durante esa misma noche. Mientras, lo único que ansiaba era una copa.

Sus ojitos tristones y brillantes recorrían mi rostro buscando el dorado rastro de felicidad y tristeza que deja el amor a su paso. No nos volveríamos a ver. Meses y meses profanando mi sacro santa cama pasarían a formar parte del recuerdo y, sin poder remediarlo, esos recuerdos también la absorberían a ella. Pero eso era algo que nunca sabría. En los posteriores semanas mi teléfono sonó con fuerza varias veces al día iluminando su nombre en la pantalla, cosa que fue reduciéndose con el paso de los meses. Más de una vez se presentó en mi puerta con vino y comida, llorando y pidiendo clemencia por sus malos actos. No se olvidaría de mí, eso lo sabía con certeza; me odiaría, eso es algo en lo que sí tengo plena confianza y pasados los años, cuando pariera a los vástagos de algún insulso Don Nadie, recordaría el tiempo que paso siendo una princesa desnuda en un reino de sábanas blancas.

Ella fue lo que siempre quiso ser, sintió la brisa secando las brillantes gotas de sudor que descansaban sobre su cuerpo extasiado, sonrió abrazada al alba, brilló con la fuerza del primer rayo de luz de un amanecer despejado, voló a la altura de sus sueños, quiso con la fuerza rabiosa y cargada de deseo de aquel que quiere sin esperar nada a cambio, lloró cálidas lágrimas de felicidad mientras vibraba de placer más cometió un tierno, tierno y dulce error. Despertó de mi interior un recuerdo, el olor de otro cuerpo, el roce de otras manos, el reflejo del sol en otro cabello, otra sonrisa, otros labios, otra mujer. Se tornó por un instante en esa musa muerta que enterré tiempo atrás con mis propias manos, devolviéndome el cielo que guardaba en su mirada, el fuego que ardía en sus venas, el jardín de rosas muertas que crecía en su alma. La sombra que había sepultado en whisky y vaginas renació furiosa, poderosa, recordándome el aroma de la muerte en vida, el ácido de las lágrimas cavando surcos a su paso. Ella me hacia el amor, yo moría mientras tanto.

Vibró, vibré. Ella, húmeda y valiente cabalgaba sobre mí. Yo, erecto y aterrado, veía que los segundos huían del reloj dando paso a un tiempo que robaba descaradamente cada rastro de paz que se esparcia por mi cama. Ella reía, yo moría. Ella era la princesa de su reino de fantasía, yo, un espectro que luchaba por aferrarse a la vida. Pensaba, se pondrá su lencería barata, vestirá su desnudez con esa coraza de mentiras y saldrá al mundo con una sonrisa. Pensaba, mientras el cigarro se consumía, cruzará esa puerta y tomará un camino que la alejará de mi vida. Ansiaba, ansiaba verla triunfar. Ansiaba, ansiaba verla hundirse en la multitud. Quería, quería que dejara de reír. Quería, quería que la noche me atrapara. Buscaba, buscaba una respuesta. Buscaba, buscaba un sueño.

Ahora sales de mi cama, sales de mi cuarto, sales de mi casa, sales de mi alma y a cada paso que das se abre una brecha a tus espaldas y en esa brecha, nada. No podrás apartar la mirada de un sueño y la mentira se disolverá en tus esperanzas. Ahora sales de mi cama, sales de mi cuarto, sales de mi casa, sales de mi alma y cada paso que das se abre una brecha a tus espaldas y en ella se hundirá la imagen del príncipe azul que ansiabas. Ahora fumo dejando que el humo disuelva mi mascara sabiendo que nunca olvidarás el tiempo que sentiste en cada fibra de tu cuerpo una fuerza mágica. Sonrío a través del humo que dejo atrás mientras me abro paso hacia la nada, a la espera de otra dama que quiera conquistar los vastos terrenos de mi cama. NO pienses en mí, solo sonríe, recuerda, ansía, quiere , así como lo hiciste mientras te hundías en la nada.

Sobre los últimos días de una cruenta guerra (Segunda parte. La de llorar y ponerse romántico.)

A ver si consigo acabar esta historia de una vez…Nos quedamos en la anterior tirada con esa chica, el flan andante, esa a la que me iba a follar. Más por suerte que por desgracia, mis oscuras pretensiones con ella no llegaron hasta tal punto pero eso lo sabréis más adelante. Yo me empeñé en hablar con ella, en ganar su confianza mostrándome como el monstruo plástico en que me convertía en las noches de alcohol y pachangueo. Y no es que quiera echarme flores pero era bueno en eso de bajar bragas. Podía llevarme de calle a cualquier señorita que se me cruzara por el camino sin mucha dificultad (Sobretodo si habían bebido más que yo) y eso levantaba ampollas en el entorno masculino que me rodeaba. Todos estaban demasiado preocupados por machacarse sus miembros noche tras noche con la imagen de esa mujer ideal que fuera tanto diva del porno como adorable princesa de cuento mientras el resentimiento por no encontrar una mujer así les carcomía por dentro alejándoles de una realidad más dulce y relajada. Y aquí he de romper una lanza a favor de las féminas que lean esto. Los hombres critican desde el desconocimiento a las mujeres por perseguir el ideal del príncipe azul mientras que muchos siguen aún detrás de la imagen de una mujer perfecta, experta en las artes sexuales, sumisa y entregada a los deseos de su macho alfa (Como si fueran Clark Gable en pos de una Escarlata O’Hara fiel y ninfómana del siglo XXI).

El caso es que, en este punto de la historia, mis intenciones con la muchacha de matemáticas (de la que me ahorraré poner el nombre y ciertos detalles para conservar su privacidad)  se habían hecho públicas y ya corría el rumor de que la rompería el corazón como a las demás. Eran voces ignorantes porque aquel que me conozca bien, y de esos hay pocos, sabrá bien que corazones he roto pocos y siempre he cuidado de la gente que estuviera a mi lado. Ella, que no es para nada tonta, ya se olía el percal antes de que se comenzara a hablar de mi por su facultad y procuró distanciarse de mi. Así pasaron los días y llegó una fiesta en las que mis instintos de depredador hicieron estragos. Eso me alejó aun más de ella y ella se alejó de la mano de un chaval con el que iba al gimnasio. Pasó el tiempo, no demasiado, y seguimos hablando y viéndonos en su facultad. Una noche la casualidad me cogió desprevenido y ella me destripó vía online. No recuerdo cuales fueran sus palabras pero me dejó claro, sin conocerme en profundidad, que yo era un tipo frío y superficial pero que eso no era más que la máscara que ocultaba a un niño triste y solitario que no había sabido crecer. Y acertó. En ese momento no quería nada más que darla un abrazo, fundirme en un beso, descubrir quien era la mujer que me había destripado con tanta facilidad. Sólo pude responder que era difícil comprender como mi vida había llegado a ese punto y como me había sumergido en la soledad social en la que vivía. Entonces Michael Caine vino a mi mente como un ángel guardián. Alfie, Caine en sus años mozos interpretando el papelón de seductor solitario,  esa era la clave, ese era el sentimiento, la forma de que ella viera más allá de mi coraza y descubriera lo que pasaba por mi cabeza; así que lancé un órdago de campeonato (Uno de la vieja escuela) y la dije de venir a verla a mi casa un día y así me sinceraba. Pensaba hacerlo, de verdad, y lo hice.

Ella accedió de una forma inocente y completamente ajena al hecho de que se estaba metiendo en las fauces del lobo. Y pasó lo que tenía que pasar de una forma en la que no me esperaba que pasara. En ese puente de Mayo nos sentamos en mi cama, vimos correr las escenas, una par de lágrimas silenciosas corrieron por mi mejilla izquierda ( El izquierdo es mi ojo de llorar), lancé unas cuantas tentativas sexuales absurdas ( ¿Te acuerdas? » Qué uñas más bonitas tienes, ¿te haces la manicura? Sí, eso me había servido para ligarme a alguna antes de ella), cuando vi que el tiempo se me acababa me tire en plancha hacia un beso desesperado. Entonces sucedió. Semanas antes había sido el flan andante, la chica a la que me iba a follar, pero en ese momento todo cambió y pasó a ser una musa a la que me entregaba y a la que, entre lágrimas de liberación, hice el amor.

Y el tiempo se sucedió a partir de ahí de una forma descontrolada e imprevista. No nos pedimos salir ni caímos en formalidades pero seguimos ahí, al pie del cañón, con el pecho abierto por las heridas del tiempo caminando juntos en un sendero que pensábamos que nunca llegaríamos a ver. (Se me agua el ojo izquierdo, soy un llorón). Ella, mi musa, en una noche de confesiones desnudas, limpió las lágrimas que sangraba mi alma me miró a los ojos y me habló acariciando mi corazón. No estas solo, me dijo, aquí estoy yo y pienso cuidar de ese ser maravilloso que eres para que cumplas todo aquello que te propongas. Y sin palabras se juró que estaría allí durante las tormentas de primavera, los soles ardientes del verano, las brisas de otoño y los gélidos vientos del invierno. Confió en mí y yo no la decepcioné. Pasaron dos años hasta que conseguí superar el primer escalón y ella aún sigue aquí, a mi lado, mi musa, a la espera de que siga ascendiendo. Pero esa historia será contada en la siguiente ocasión, he vuelto a excederme y, hablando con sinceridad, escribir mientras se llora de felicidad es algo que conlleva mucha habilidad.

Espero vuestros comentarios y críticas mordaces en lo que sale la siguiente tirada.
¡Un saludo!