Sobre los últimos días de una cruenta guerra.

( Y con algo de música, para darle ritmo a la acción.)

Bueno, tampoco es para tanto. Digamos que es por darle algo de dramatismo al asunto.  Esta historia es larga y con muchos momentos inenarrables así como muchos momentos que no merecen ser contados. De esos momentos de infamia, decadencia, alcohol, vómito y lágrimas. La suerte para vosotros que leéis es que, si quitamos de aquí y de allí pedacitos de la historia, la narración será simple, escueta y directa por lo que podréis llegar bien al meollo del asunto. La desgracia para un escritor (Uno de verdad, de esos que escriben y pelean contra editoriales, correctores y burocracias diversas sin ganar nada más que silencio) es que diseccionar los sucesos de dos años y reducirlos a suaves supositorios infames de narrativa banal le podrían llevar, a él y a sus textos, a infiernos tales como el periodismo, el guión o, peor aún, el bestsellerismo. Por ello a este que os escribe se le plantea un reto apabullante (Acojonante, si me permiten ser vulgar.) cuando se le ocurre la  brillante idea de contaros lo acontecido en los dos últimos años de su vida, su última gran guerra, con todo lujo de detalles sin meter las botas en berenjenales narrativos y pedanterías diversas. Por ello, y sin más, comenzaré esto que espero y deseo que no se alargue más allá de una página.

Bien, para poneros en situación os comentaré de pasada que esta historia es la de un hombre (El que os escribe) y es el fruto de muchas otras historias a lo largo de su vida (Obvio). Esas historias pueden resumirse como derrotas, decadencia, desesperación, lujuria, hedonismo, violencia, enagenación, vaginas y sangre  e hicieron de mí un despreciable ser de  contrastes. Nadie apostaba por mi y nada me avalaba en el camino que había tomado ( En el de intentar publicar alguna novela). Aquí es donde comienzan los dos últimos años  de mi vida, en una situación decadente en la que vendía mi alma trabajando en una conocidísima discoteca de Madrid. Los personajes, cuatro; dos hombres y dos mujeres. Las mujeres, mi madre y mi musa. Los hombres, uno que fue amigo y decidió dejar de serlo y yo. El detonante, un flan andante; el origen, un sueño; la causa, una apuesta; el drama, una traición; la consecuencia… Eso nos lo reservaremos, hay que darle algo de emoción.

Bebía a sorbitos un café en la facultad de Matemáticas de la UCM. Era la primavera del 2011 (¿Verdad?), lo había dejado todo (Incluso a una amante rockera sexy de melena rubia), y pensaba en entrar en la universidad. Había un proceso para ello que comenzaba con dejar de vagar por discoteques en busca de hembras, dejar de invertir mi dinero en whisky, y lanzarme a hacer el bachiller. Fácil, decía yo. Difícil, decían desde el otro lado de la mesa. El que lo decía era un tipo rubio con barba de aspecto desusado, con pantalones carguer y camiseta de Metallica (Del  Ride the lightning para ser exactos). Había vivido con el los últimos cuatro años de su vida, sirviendo de consejero emocional, de alma de la fiesta y de extraño cupido. Estuve ahí cuando se dio su primer beso con una mujer de extraña nariz que vivía por nuestra zona (La nariz era tal que la conocían como la pitagórica), cuando cumplió su sueño al entrar en la facultad de matemáticas e incluso estuve ahí cuando conoció a la mujer que le arrebataría la virginidad. Fueron buenos años, la verdad. Después de meses sin vernos, causados por un retiro espiritual que realicé tras un viaje a la Cuba chamánica de la santería y el misticismo, nos habíamos reunido en esa mesa, frente a ese café, para reavivar nuestra hermandad. Entonces apareció ella, con sus vaqueros ajustados y, si mal no recuerdo, una camiseta verde a rayas llevando en sus brazos una gigantesca carpeta azul que aún a día de hoy sigue a su lado. Irrumpió afirmando que era un flan y no solo eso, un flan andante. La razón era simple, acababa de terminar un examen y los nervios la podían. A mi eso me daba igual. Mi mente de sátiro ya se la estaba imaginando desnuda en mi cama. Nos presentamos y hablamos de nosequé y después se marchó. Fue entonces cuando provoqué al destino y susurré «Me la voy a follar» ( Y así fue, aunque no del modo en que esperaba). El colega de la barba se rió y me dijo de una forma ácida, «No creo. Ella no es tu tipo de mujer.» (Esto es, una zorra superficial.)

Y aquí es donde os dejo con la intriga, de momento, ya que no he podido cumplir mi promesa de reducirlo a una página y  no voy a cebaros con un inmenso texto sobredimensionado. Solo os adelantaré que ella, el flan andante, y yo, el mujeriego alcohólico, comenzaríamos, no sin dificultad, una historia mágica. El tipo de la barba seguiría sin dar un duro por mí y, más adelante, en un momento de esos de sangre y fuego, perdería la poca fe que le quedaba en mí y yo, yo entraría, contra todo pronóstico, a estudiar bachiller. Pero eso será más adelante, así que tened paciencia.
Esta será la primera crónica de unos años místicos.

Un abrazo a todos mis lectores!